23 de agosto de 2016

Soviets en España. El Levantamiento Armado de Octubre contra el Fascismo (de Henry Gannes) - Primera Parte-


Harry Gannes (1900 – 1941), fue un periodista norteamericano editor del diario Daily Worker en losaños 30. Fue uno de los fundadores de la Liga de Jóvenes Comunistas, de la que sería también Secretario General. Visitó China durante algunos años en tiempo de la revolución, relato que contaría en su libro When China Unites An Interpretive History Of The Chinese Revolution, en 1937; igualmente dedicaría gran parte de su trabajo a denunciar el movimiento de No Intervención creado por las potencias capitalistas, Inglaterra y Francia, para beneficio de los rebeldes fascistas y sus sostendedores y amos, Alemania e Italia, y que dejó a la España Republicana aislada internacionalmente, con el único apoyo efectivo de la Unión Soviética. Con respecto a esto último, Cuestionatelotodo, con la colaboración del camarada Sade, tradujo recientemente al español su obra Cómo ayuda la Unión Soviética a España.

Por su gran interés, hemos empezado a traducir también otro de sus principales escritos: Soviets in Spain. The October Armed Uprising Againgst Fascism (Soviets en España: el levantamiento armado de octubre contra el fascismo), editado por Workers Library Publishers en 1935, que hasta ahora nunca había sido publicado en español. En este caso, el bueno de Gannes describe ante el mundo la conocida como Revolución de Asturias, de Octubre de 1934, donde por primera vez desde el triunfo de la Revolución Soviética y el fracaso de las Repúblicas de los Consejos de Hungria, Baviera y Eslovaquia, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, el Poder de los Soviets se proclamó, aunque fuera temporalmente, en un país de Europa.

En palabras de Gannes:

"¡No es de extrañar que se haya convertido en la pesadilla permanente de la sangrienta horda de opresores: los ricos terratenientes, sus secuaces de la Iglesia, la escoria fascista y toda la clase putrefacta de capitalistas y agentes de los comisionistas extranjeros!"

A continuación, publicamos la primera entrega:


SOVIETS EN ESPAÑA: EL LEVANTAMIENTO ARMADO DE OCTUBRE CONTRA EL FASCISMO (Primera Parte)


La espada de la revolución se ha desenvainado en España y ya no se volverá a enfundar.

Durante los quince días que duró el levantamiento armado de octubre de 1934, toda la España capitalista-feudal tembló de miedo ante el espectro de una revolución proletaria triunfante. El final de la ofensiva de las masas trabajadoras españolas no ha venido marcado por derrota decisiva alguna. La “victoria” del gobierno de Lerroux y Gil Robles no ha sido la victoria de Mussolini o de Hitler. Los combates armados de los obreros españoles, dirigidos por el frente unido –la Alianza Obrera–, han elevado la lucha contra el fascismo mundial y por el Poder de los Soviets a una fase superior. Como consecuencia de ello, además, se producirán nuevos y más amplios asaltos a los cielos del capitalismo que precipitarán la llegada del día de la victoria de la revolución proletaria.

¿Por qué el levantamiento armado de Octubre no logró la victoria en esta formidable insurrección de la clase obrera? ¿Qué errores se cometieron? ¿Cuál es la situación entre clases surgida tras los combates, entre vencedores y vencidos? ¿Cuáles son las perspectivas para el futuro del movimiento revolucionario?

El levantamiento de Octubre se extendió por toda España. Sin embargo, en cada zona, la lucha acusó el influjo e impronta de las especiales características de las relaciones de clase y del tipo concreto de dirección que existía entre las combativas masas trabajadoras. A lo largo de los acontecimientos revolucionarios de Octubre, veremos, asimismo, cómo la inobservancia de la correcta táctica bolchevique en la lucha por la independencia nacional de Cataluña, en el momento más crítico de la batalla, inclinó la balanza a favor de las fuerzas de la reacción.

Las tres zonas más importantes del asedio revolucionario fueron: (1) la región de Cataluña, donde la revolución se caracterizó por la lucha por la independencia nacional, las vacilaciones y la doblez de la burguesía nacional, así como por las vergonzosas traiciones de los dirigentes anarcosindicalistas; (2) Madrid, la capital de España, donde las debilidades de los dirigentes socialistas determinaron el resultado adverso de la batalla, y (3) la gloriosa región de Asturias, donde los obreros tomaron heroicamente el poder, con socialistas y comunistas firmemente unidos, y establecieron el gobierno del Poder de los Soviets durante quince días, manteniendo la resistencia mucho tiempo después de que sus hermanos en el resto de España se viesen obligados a cejar en la lucha.

Durante casi un año, había ido madurando en la conciencia de los obreros la necesidad de combatir con la fuerza de las armas a la República, que, proclamada en abril de 1931 tras la huida del rey Alfonso, había prometido ser de los “trabajadores de toda clase”. Sus esperanzas se habían visto aniquiladas por el constante aumento de los ataques fascistas so capa de la defensa de la República de 1931. Lo desmedido de las promesas que habían hecho los socialistas sobre la solución pacífica de la cuestión agraria, la nacional y otras materias acuciantes quedó en evidencia ante la realidad de los brutales enfrentamientos de clases.

Tras más de tres años y medio de república, el régimen reaccionario capitalista-terrateniente había ido concentrando sus fuerzas y consolidando su base fascista –principalmente en la poderosa Iglesia católica y entre los campesinos ricos, los banqueros  y los industriales– lo bastante como para arriesgarse a adoptar medidas drásticas contra el creciente descontento revolucionario.

Lo poco que los obreros habían conseguido en materia de legislación social y de aumentos salariales en los primeros momentos de la República se estaba desvaneciendo a toda velocidad por mor de los recortes. Sus condiciones de vida, en muchos casos, eran peores que cuando los grandes explotadores campaban a sus anchas en tiempos del rey Alfonso. La creciente resistencia de la clase trabajadora y del campesinado, indicativa del paulatino aumento de la ira revolucionaria, se refleja en el rápido auge del movimiento huelguístico antes del levantamiento armado: en 1931, las cifras oficiales hablan de 869.000 huelguistas, aunque en realidad hubo más de 3.600.000; en 1933, fueron a la huelga, según los datos oficiales, 1.032.000 trabajadores –aunque se calcula que el número real fue de 6.000.000– contra las bajadas salariales, el deterioro de las condiciones de vida y, en especial, contra la multiplicación de ataques fascistas; y sólo en los primeros tres meses de 1934, más de 1.900.000 obreros se han declarado en huelga, en la mayoría de los casos por razones políticas.

A principios de 1934, en un país de 23 millones de habitantes, había un millón y medio de desempleados. La depauperación creciente de las masas se refleja, sólo entre los trabajadores del campo, en la reducción de sus salarios en un 30%.

El malestar revolucionario entre los campesinos había estallado en reiteradas ocasiones desde 1932, cuando se registraron oficialmente 69 casos de ocupaciones violentas de tierras. En 1933 el número ascendió a 267, mientras en los tres primeros meses de 1934 ha habido 264 ocupaciones de tierras y 306 de inmuebles.

La república, que había pretendido atraerse a los campesinos con la añagaza de una solución fácil y pacífica a la cuestión agraria, consolidó y fortaleció en realidad el poder de los terratenientes feudales. En España, el 60% de la población trabajadora está constituida por obreros agrícolas o del sector forestal. La revolución agraria es una tarea central para la victoria sobre el fascismo. El mayor terrateniente es la Iglesia católica, piedra angular de las tentativas de instauración de una estructura fascista sustentada en el sector más reaccionario de la clase financiera e industrial española.

En España hay 3 millones de campesinos sin tierra. Ganan entre cuatro y seis pesetas diarias (entre 50 y 75 centavos). El 2% de los propietarios rurales españoles posee el 67% de la tierra, mientras un 37% es dueño de parcelas de entre 2,5 y 17,5 acres[1]. En Andalucía y Extremadura, la tierra está tan parcelada, que de 800.000 campesinos, sólo 100.000 pueden producir en su propio terruño lo suficiente para obtener lo indispensable para su sustento.

Las reformas agrarias de la República de 1931 sólo beneficiaron a 10.000 campesinos y, además, de modo irrisorio. Antes de 1933, se habían repartido 100.000 acres de tierra. Un periódico capitalista español estimó que harían falta 5.000 años para “resolver la cuestión agraria a este ritmo”[2].

Al hablar del establecimiento del Estado “autoritario” o fascista en España, las principales fuerzas fascistas, en concreto Gil Robles, portavoz de la Confederación Española de Derechas Autónomas y de la reaccionaria “Acción Popular”, reconoce siempre que la Iglesia católica constituirá la principal base de masas del fascismo español.

Para comprender el alcance de la influencia de la Iglesia es necesario señalar que, además de ser el mayor terrateniente del país, es igualmente una de las fuerzas más pujantes del capitalismo español. Los jesuitas, por ejemplo, que forman el grupo más numeroso y militante de la Iglesia, cuya cabeza política es Gil Robles, controlan el madrileño Banco Urquijo, con un capital de 125 millones de pesetas. Esta institución controla asimismo cuatro bancos en provincias con un capital de 85 millones.

Además de ello, los jesuitas cuentan con intereses en el tranvía de Madrid, en empresas mineras, en la compañía naviera “Trasatlántica”, que presta servicios de línea con América del Sur, y en muchas otras empresas.

La base potencial de masas fascistas de la Iglesia, junto con los prósperos terratenientes y los capitalistas ligados al sector financiero, se refleja en las ramificaciones de sus instituciones. La Iglesia católica en España tiene 4.804 centros “culturales”, con 601.950 estudiantes, a los que hay que añadir otros 27.000 en escuelas secundarias y 17.103 en instituciones profesionales.

Toda esta estructura capitalista-feudal no sólo se mantuvo intacta con la República “democrática” de 1931, sino que se consintió que se fortaleciera para prevenir el asalto de las masas, hasta el punto de estar en condiciones de preparar cínica y descaradamente la sangrienta instauración de su régimen fascista.

Para comprender el desarrollo de los combates revolucionarios de octubre, es menester recalcar que había tres fuerzas al frente del proletariado. En primer lugar, estaba el Partido Socialista, en cuya estela se situaba el sector más amplio del proletariado organizado. En segundo lugar, estaban los jefes anarcosindicalistas, que ejercían estratégicamente la dirección en ese vórtice de la tormenta que era Cataluña, donde confluían en estrecha ligazón la cuestión nacional y la revolución proletaria. Los anarcosindicalistas contaban con gran arraigo en esa parte de España en que se concentra más de un tercio de todo su proletariado.

Con anterioridad a los combates armados, el Partido Comunista había hecho todo lo posible por perfilar el frente unido de las masas trabajadoras. En Asturias, donde los socialistas habían decidido por mayoría aplastante establecer el frente unido casi un año antes de los levantamientos armados, se obtuvo la victoria y se crearon soviets. Sin embargo, en el resto de España fue sólo a partir del 13 de septiembre, tras negociaciones aplazadas por la dirección del Partido Socialista, cuando el Partido Comunista transformó la Alianza Obrera en un instrumento de combate del frente unido.

Mucho antes de que se produjeran los enfrentamientos, el Partido Comunista de España planteó claramente a los obreros y a las masas campesinas la cuestión de la preparación de la revolución y de las tácticas a seguir para garantizar su triunfo. Se enfrentó a las vacilaciones de los dirigentes socialistas, a los planes contrarrevolucionarios de los anarquistas, y a los obstáculos y actividades anticomunistas propias de los elementos trotskistas.

“Las fuerzas de la revolución y de la contrarrevolución están frente a frente” –declaraba una resolución del Comité Central del Partido Comunista de España muchos meses antes de los levantamientos armados– “y en breve plazo se producirán batallas decisivas. Ésta es la situación en España.

En esta situación, el problema fundamental de asegurar la victoria de la revolución pasa por la organización y la unidad de las fuerzas revolucionarias bajo una dirección firme y consciente de sus objetivos.”[3]

El 5 de octubre de 1934, tras la dimisión preacordada del gobierno de Samper, señal con que se iniciaba el viraje hacia un régimen fascista abierto, la Alianza Obrera convocó en toda España una huelga general. A la huelga general siguió de inmediato la lucha armada contra el fascismo, si bien ésta se resintió de las aciagas vacilaciones y tácticas erróneas de los jefes socialistas, y del sabotaje manifiesto y traición de los anarquistas, que contaron con la complicidad trotskista.

No obstante, como veremos, la traición y la acción contrarrevolucionaria de los dirigentes anarquistas fue el único factor fundamental que hurtó la victoria a la clase obrera.

En vísperas de los combates revolucionarios, el Partido Comunista de España movilizó a todas sus fuerzas con el fin de forjar el frente unido en aras de la lucha armada, la dictadura del proletariado, el Poder de los Soviets y la victoria de la revolución.

Allí donde se impuso el programa del Partido Comunista, se obtuvo la victoria. Dado que su programa, sin embargo, no consiguió triunfar en toda España, la traición de los anarquistas y las dudas previas de los dirigentes socialistas, que no consiguieron atraerse a los campesinos para tomar las tierras, dejaron aislado al proletariado asturiano, concediéndole la ventaja a las fuerzas del fascismo.


De la huelga a la lucha armada

De la huelga general del 5 de octubre se pasó a lucha armada contra el fascismo sin la menor organización, sin dirección centralizada alguna y sin un objetivo claro. Los dirigentes anarquistas no se decidían. Controlaban organizaciones que, en conjunto,  superaban el millón de miembros. Tal hecho fue decisivo. Un mes más tarde, a principios de noviembre, la dirección anarquista reunida en Zaragoza llamó a la huelga general en protesta por la ejecución de dos revolucionarios. Pero ya era demasiado tarde. Si hubieran convocado la huelga al mismo tiempo que la Alianza Obrera, es más probable que los ejecutados hubieran sido Gil Robles y Lerroux, carniceros de la clase obrera española.

Los enfrentamientos se extendieron por toda España. El proletariado pasó a la acción. A pesar de no existir una dirección centralizada, la tenacidad y el heroísmo de los obreros españoles habían enfervorizado al mundo entero. Habían aprendido de los acontecimientos de Alemania. Habían aprendido de los combates en Austria. La Revolución Rusa era la bandera que los guiaba, a pesar de no disponer de su dirección genial.
Manifestación minera en Mieres, octubre de 1934

En Asturias, el proletariado de esta zona industrial del norte de España había aprendido de cabo a rabo las lecciones de las luchas revolucionarias de la clase obrera durante la Comuna de París y la Revolución Rusa. Tomaron el poder y lo mantuvieron. Pusieron en pie su propio Ejército Rojo, proclamaron una república obrera y campesina. Organizaron la guerra civil, la distribución de alimentos, el aparato del poder, la administración, las comunicaciones y la distribución de los medios de vida.

Entraron en contacto con el Partido Comunista de España en Madrid. Prometieron resistir hasta la última trinchera, en espera de la llegada de refuerzos revolucionarios del resto de España. Exhortaron a los obreros, campesinos y soldados de todo el país a seguir su ejemplo. Pero el revés que supuso la traición de los anarquistas en Barcelona marcó su suerte.

Mientras se sucedían los enfrentamientos diarios en Madrid, las traiciones de los anarquistas y las vacilaciones de la Confederación de Trabajadores en Cataluña[4] a la espera de que la burguesía nacional, dirigida por Companys, tomase la iniciativa, el proletariado asturiano hizo pública su primera proclama en el siguiente manifiesto: 

“REPÚBLICA DE OBREROS Y CAMPESINOS DE ASTURIAS

TRABAJADORES:

El avance progresivo de nuestro glorioso movimiento se va extendiendo por toda España; son muchísimas las poblaciones españolas en donde el movimiento está consolidado con el triunfo de los trabajadores, campesinos, obreros y soldados.

Establecidas y aseguradas nuestras comunicaciones interiores, se os tendrá al corriente de cuanto suceda en nuestra República y en el resto de España.

Instaladas nuestras emisoras de radio, las cuales en onda corriente y en onda extra corta os pondrán al corriente de todo.

Es preciso el último esfuerzo para la consolidación del triunfo de la Revolución.

El enemigo fascista se va rindiendo así como se van entregando los componentes mercenarios con su aparato represivo, fusiles, ametralladoras, cartuchería, proyectiles varios (que no podemos señalar) para que no se conozca del material de combate de que disponemos, [que] ha caído en nuestras manos.

Las fuerzas del ejército de la derrotada República del 14 de Abril se baten en retirada y en todas nuestras avanzadillas se van sumando los soldados para enrolarse a nuestro glorioso movimiento.
 
¡ADELANTE TRABAJADORES, MUJERES, CAMPESINOS, SOLDADOS Y MILICIANO REVOLUCIONARIOS!

¡VIVA LA REVOLUCIÓN SOCIAL!

El Comité Revolucionario”

El manifiesto llevaba la firma del Comité Revolucionario de Oviedo, detrás del cual había 20.000 guardias rojos armados y 100.000 trabajadores en huelga.

Asturias mostró el camino de la futura revolución española. Asturias era el presagio largamente augurado al fascismo español. ¡No es de extrañar que Asturias, sus gloriosas hazañas, su audacia revolucionaria, estén en los labios de toda la clase obrera española! ¡No es de extrañar que se haya convertido en la pesadilla permanente de la sangrienta horda de opresores: los ricos terratenientes, sus secuaces de la Iglesia, la escoria fascista y toda la clase putrefacta de capitalistas y agentes de los comisionistas extranjeros!


***




[1] Un acre equivale a 40 áreas y 47 centiáreas. [Nota de los traductores]
[2] Retraducción. [N. de los t.]
[3] Retraducción. [N. de los t.]
[4] “Workers’ Council in Catalonia” en el original [N. de los t.]


Una traducción de Camarada Sade y José Luis Forneo

1 comentario:

Piedra dijo...

Tienen que venir de fuera a recordarnos nuestra propia historia ...y hasta en la mayoría de ocasiones a descubrírnosla: que vergüenza.

La situación actual no es mucho mejor que en los años 30, solo ha cambiado la forma en que la población lo percibe, un triunfo para el estado.

Saludos.

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